domingo, 7 de marzo de 2010

“Ya no sabemos ni quiénes somos”

Narraciones de una vagabunda


“Como las mariposas vuelan hacia un destino para poder sobrevivir, así los humanos deberían ayudarse para acabar esta guerra al fin”. Anónimo




En las aceras de las calles, con el frío azotador, la desnutrición y la locura, los vagabundos yacen en la espera de un desfase de lo cotidiano, una especie de milagro que los sitúe en su anterior vida con sus anheladas circunstancias.

      Mitos surgen alrededor de los andariegos; se estima su inteligencia extrema y poca necesidad de lo material; se presume de una visión más allá de la superficialidad de la realidad; se discierne sobre su locura producida por su acentuado conocimiento; se habla de ellos con tanta naturalidad que ya no es grandioso ver más y más vagabundos en las calles pues se vuelven parte del panorama diario.

      A media noche Xalapa se ve envuelta de vagabundos que se enfilan en sus calles y dormitan con unos pedazos de cartón y uno que otro sarape que han conseguido de aquí o allá. La gente que pasa por su “hogar” ve con desdén su presencia y exclama reclamos hacia el gobierno por dejarlos allí; piensan que son un estorbo de la ciudad y una mancha que debe ser limpiada.

      En los bajos del Palacio Municipal y el edificio “Nachita”, uno por uno los vagabundos se posicionan y se recuestan en su lugar que previamente debe ser establecido entre todos, así nadie tendrá la posibilidad de arremeter en él. Desde las diez de la noche comienzan a pernoctar, los últimos arriban a la media noche y ya no se presentan problemas sobre dónde situarse, todos conocen las reglas y no chistan, a menos claro que llegue alguien más y haya que enseñarle.

      En la primera parte de la acera se encuentra normalmente una mujer de 51 años que aparentemente manifestaría locura. Habla sin cesar y a ratos se queda callada como meditando. Cualquiera que pueda verla se preguntará por qué está en las calles, ¿acaso su deseo por no tener nada es lo que la motiva a estar en la intemperie sin poder comer y sufriendo discriminación y situaciones extremas?

      Acercándose un poco a ella se puede percibir que discute cambios y vigilancia de parte de un “inspector”, y sin esperanza alguna expresa que “nadie los ayudará”.

      Llegó a Xalapa por su limpieza y su tranquilidad, al poco tiempo se dio cuenta que eso no era del todo cierto y que los rumores llegan lejos. Procedente de Coatzacoalcos debido a razones de violencia, se encuentra en las calles sin nada, sólo con algunos papeles que la identifican; mientras comenta con enfado que todos allí deben estar armados para defenderse, “tenemos que traer picos, yo traigo gasolina, ya es el colmo”, expresa mientras mira fijamente.

      Con ocho años en la calle su rostro muestra una dureza ejemplar y una tristeza que parece más bien enojo e indignación. Ante el frío las personas se preguntan sobre su decisión, sobre por qué no está en los albergues con comida, arropada, descansando. Y con rapidez dice que “tienen tomados todos los albergues”; como consecuencia surgen más dudas.

      Pasivos se encuentran por necesidad y amenazas, de no ser así caerían en la cárcel o- lo que es peor- morirían. Piden limosna para comer un poco, unos, y otros para comprar su “caña”; quizá el alcohol es su mejor sarape que los mantiene calientitos por la noche. En la mañana, como todos, se levantan a sus labores de deambular por las calles, cantar, pedir limosna, vender chicles y contar su vida… tal vez alguien les tire una moneda y puedan seguir viviendo.

      “¿Entonces tenemos que matar al que te agrede?”, cuestiona con sorpresa, en tanto argumenta haber estado pernoctando todo un año en las afueras del Hospital Civil y haber sido desalojada junto con sus otros compañeros.

      Su piel es cada vez más gruesa y su resistencia mayor; pueden sentir el frío, pero ya no quejarse y prender el calentador o ponerse doble calceta. No tienen acceso a ningún servicio, no pueden darse el lujo de enfermarse, quien lo haga morirá y no pasará nada, al cabo prácticamente no existen, sino sólo para demostrar la desmaña de las políticas públicas y el trabajo social.

      Para acceder a programas o beneficios deben sustentar ridículamente su domicilio; pareciera que prácticamente están obligados a permanecer de esa forma. No tienen identidad, sus apodos es lo más cercano a eso. Su familia quedó atrás con sus antiguas vidas.

      En su casa, la calle, experimentan actos de violencia de todas partes, sobre todo en una ciudad pluricultural como Xalapa, “es un infiernito lo que están haciendo ya”, declara deseando que llegue la paz, aun conociendo la situación de la que son objeto.

      Con mucho respeto y amabilidad, termina diciendo “ojalá que alguien nos ayudara”. Y sin más en el corazón y en la mente quedamos estáticos ante tan difícil y compleja realidad.

3 comentarios:

  1. He visto a esos vagabundos rondar por las céntricas calles de Xalapa, incluso los he visto mendigar más allá del centro he llegado por momentos a envidiar ciertas cosas de su modo de vida.

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  2. Es verdad... quién se atreve a menospreciar su vida, quién se atreve a vanagloriar la suya... quizá es mejor no tener identidad alguna.

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  3. En lo particular, siempre que veo a alguna de estas personas si hogar me pregunto: ¿Qué historia hay detrás de ella? ¿Qué circunstancias lo llevaron a donde esta ahora?

    Pero como Jenny y yo comprabamos hace unos días... las respuestas pueden ser mas complicadas de lo que se espera....

    Excelente artículo... my love!

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