martes, 9 de febrero de 2010

“DÍA DE MUERTOS”

La ironía como enfrentamiento a la muerte

                                                                            “La muerte no es más que un cambio de misión”. León Tolstoy  (1828-1910)

A pesar de lo global y del consumismo que despierta el Haloween, la tradición del Día de Muertos sigue presente en nuestro país, aunque justo es decir que cada vez con menor intensidad. Podría remitirse este declive a la propia “crisis económica” que vivimos, pero eso sólo nos pondría de nuevo en la dimensión donde todo es justificable.
     Lo importante aquí es que México ha sabido y no a la vez destacar sus tradiciones; por una parte exaltamos el Día de Muertos como nuestra propia razón de ser, y por otra, estamos lejos de saber siquiera de dónde proviene tal celebración.
      Concientes de que la historia es una gran narración, sabemos que el Día de Muertos nació en el México prehispánico y se transformó con la llegada de los españoles y con ellos de la religión católica. Sabemos también que el símbolo de la muerte es de distinta connotación tanto para las creencias prehispánicas como para las católicas. Pero tal conocimiento vislumbra su horizonte hasta aquí.
      Lo demás que sabemos es que en estas fechas, desde el 28 de octubre hasta el 2 de noviembre, se vive una especie de vacaciones, sobre todo en el centro y sur del país, en las cuales sobran tamales, pan, dulce, chocolate, y por qué no decirlo, alcohol.  
      Así que si hay que considerar como “negativa” la influencia de la cultura norteamericana con el Haloween, la verdad es que en la misma línea debe residir el Día de Muertos, que más que altares, comida y honor a los fallecidos, se ha convertido en una buena ocasión para seguir alimentando nuestra identidad mexicana, la cual en vez de ser reconocida por el trabajo, empeño e inteligencia, nos muestra ante el mundo como fiesteros, apáticos e ignorantes (hasta de nuestra propia cultura).
      Pero la vida no es una aporía, así como existen quienes toman el Día de Muertos como una oportunidad de “diversión”, también siguen existiendo quienes ven en ese día un cúmulo de saberes y encuentros entre el pasado y el presente. Sin embargo, es oportuno precisar que los que manifiestan el arraigo de las tradiciones, en especial del Día de Muertos, no son sino las añejas generaciones de mexicanos que ven en el presente un signo de malestar.
      Más aún, las generaciones de abuelos que persisten mantienen un continuo rechazo a la modernidad y a las nuevas manifestaciones culturas. Esto, por una parte resulta comprensible y no es cuestionable… ¿cómo es posible desquebrajar toda una base de vida? No obstante, el error, si es permisible llamarlo así, anida en vanagloriar el pasado como expresiones ordenadas, con sentido y justificadas en la realidad del mexicano, para considerar denegadamente el propio curso que lleva nuestro desarrollo cultural, culpándolo de carente de valores.
Ahora bien, lo que resulta apreciable del Día de Muertos es la concepción de muerte que tenían nuestros predecesores, la cual nos han dejado casi como legado, al reificar la tradición, que dicho sea de paso fue considerada Patrimonio de la Humanidad  el 7 de noviembre de 2003 por la UNESCO.
En efecto, el sentido mismo del Día de Muertos, mas que conocer toda la mitología prehispánica con toda precisión, se establece en vislumbrar la muerte de forma irónica, sin seguir fomentando el rechazo y casi repulsión que tenemos sobre ella, sino manteniendo una posición fraternal con ella, ya bien lo decía Octavio Paz: “Para el habitante de Nueva York, Paris o Londres, la muerte es palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente. Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros; mas al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con paciencia, desdén o ironía”.
Y aunque las reflexiones en torno a la muerte son variadas y hasta contradictorias, lo ineludible es captar que ante la vida la única posibilidad que tenemos de saber más allá sobre la muerte es vivir, y hacerlo decorosamente, distinguiendo nuestras cualidad, reconociendo nuestras capacidades, y pensando en el presente que contempla el ayer y el mañana, con la intensión de demostrar que las crisis son sólo cuando se contemplan así, y que ante su existencia siempre hay soluciones, a merced de la popular frase “todo tiene solución, menos la muerte”.

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