domingo, 4 de abril de 2010

“El merecer de la creencia”

La paradoja incesante entre lo que es y lo que se cree

“Como es su fe, así es el hombre y su obra”. Adolfo Kolping (1813-1865) Sacerdote católico alemán.



Nos hemos dedicado fuertemente a desacreditar toda acción de fe, de creencia; nos hemos establecido en un peldaño que mucho o poco nos resume a pensar que la verdad es científica y se verifica.

      Desde el Renacimiento del siglo XIV nuestra certeza del sentido de nuestras vidas se esfumó y en su lugar procedieron un sinfín de luchas sociales, políticas, económicas, culturales, todas en pro del reconocimiento y la identidad humana.

      Después, con la Ilustración, la era de la razón, el ser humano se convenció de que todo tenía explicación mediante las luces del propio pensamiento humano, con el fin de, como es natural, superar la condición de humanos y construir un mundo mejor.

      La filosofía de esa forma se fue modificando y hasta transformando de acuerdo a cada época, quién por ejemplo en la Edad Media hubiese aceptado que existiera una teoría del Big Bang que explicase el origen y evolución del Universo. Así, en toda la Modernidad nos convencimos de que nuestra razón de ser yacía en nosotros mismos y nuestras tendencias a evolucionar y no en la existencia de un dios que a todos y cada uno de nosotros nos proveyó de una misión especial en la Tierra.

      Creímos al parecer que todo sería más fácil de comprender; con la ciencia nuestra vida sería más digerible, nadie tendría dudas ni por qué sentirse vacío, todo sería explicable y por ende todo tendría solución.

      Pero no por mucho tiempo, la Posmodernidad se encargó de hacernos ver que eso de la razón era más bien otro ideal más que queríamos precisa e irónicamente creer; convencernos de la razón como dirección de nuestras vidas también fue un signo fortísimo de fe, de creencia. Y de pronto nos vimos en un punto en el que todo, sin desacreditar nada, seguía causándonos dudas, es más, seguía siendo difícil, casi imposible, comprender nuestro mundo, y aunque con teorías, todo se volvía más complejo y menos asimilable.

      Sin más, la era del consumo y la tecnología llegó con la globalización para darnos una nueva oportunidad de reunirnos a todos en comunidad, ya virtual, ya mundial, y abrir todos los candados y todas las fronteras con tal de entender que el mundo es de nosotros y que los idiomas, los países, las monedas, los gobiernos, etc., no son mas que formas de división y de alejamiento entre la gran comunidad de los seres humanos que habitamos el mundo.

      Pero los seres humanos ya habíamos hecho nuestras casas y convivido con nuestras familias en nuestros territorios, ya era complicadísimo pensar en unión cuando las mismas ciencias sociales se habían encargado de explicarnos tan dedicada y explícitamente que había razas, formas, tradiciones, colonias, poblaciones distintas, y entonces todos entendimos que entre nosotros existía un entramado de disputas sobre lo que es y lo que no, y nos lo demostraban las ciencias mismas con su propio divisionismo; todo pues era ya un mapa identificado por todos, por allá estaban ellos, por acá nosotros y en algún lugar aquéllos.

      ¿Y dónde había quedado la creencia, la fe, ni siquiera en Dios, sino en nosotros mismos? Había quedado allá arrumbada junto al cesto que contenía teorías, doctrinas y filosofías superadas, allá permanecían en el olvido; mientras tanto aquí seguíamos nosotros siempre con la intensión de explorar nuevas cosas, de explorar también la naturaleza, de comprenderla, de dominarla; y poco, a decir verdad, de explorar nuestra naturaleza de ser seres humanos, de comprenderla, de dominarla… Y así, la creencia se fue yendo con cada generación, y ya sólo seguían aquellas añejas generaciones que recordaban que la fe podía mover fronteras y que preferían creer en Dios en los cielos y en un juicio que pensar que somos un grupo de tantos seres que pueden existir sin que los conozcamos, prefirieron así seguir practicando su fe día a día, creer en Dios como la explicación máxima de sus vidas y como en esta temporada mantener el ayuno y el respeto en la Semana Santa, recordando a Jesucristo y su paso por la Tierra, creencia que paradójicamente subsistió aun con la ciencia, y por la cual debemos nuestra propia distribución del tiempo en el que estamos.

      Y si bien alguna vez Nietzsche dijo que quien mantiene la fe no quiere saber la verdad, muchos nos preguntamos de qué verdad hablaba, con eso de que además todo es relativo y nadie ha podido llegar a desprestigiar con razón a Dios.

      Quizá sólo estemos a la espera de que venga de nuevo otro periodo en la historia que nos ayude a mantener nuestros cuerpos y nuestras mentes en función de la mejora del mundo, como siempre se ha querido, pero en tanto sólo alcanzamos a reconocer que si el ser humano es su fe y sus actos, pocos podemos decirnos humanos hoy en día.

1 comentario:

  1. Son tan parecidas la verdad y la felicidad ..
    como el motor que nos mantiene persiguiendo y justificando nuestras vidas ..

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